domingo, 8 de abril de 2012

Año 2010: Estudio Subvencionado por el Ministerio Igualdad/ Salud 2000 Salud y Género " En este estudio sí que reconocen que la menopáusia la han convertido en una enfermedad, siendo ésta un proceso fisiológico en la mujer" ¿porqué en los juzgados NO ?

 Roser Pérez



Subvencionado por: Ministerio de Igualdad y Salud 2000


UN ANÁLISIS DE LA RELACIÓN MUJERES, SALUD Y PODER.
 



Con el título Mujeres, salud y poder, Carme Valls, con una amplia trayectoria en el estudio diferencial de la morbilidad de las mujeres, muestra en su libro, editado por Cátedra, las más inquietantes reflexiones sobre la androcéntrica mirada de la ciencia. Una ciencia que ha sesgado la construcción del cuerpo y el cuidado de la salud, bajo una invisibilidad a la que se había relegado cualquier especificidad de ser mujer, salvo los aspectos fundamentales de la reproducción humana, siguiendo patrones patriarcales presentes a lo largo
de la historia.

Los cambios en las sociedades industriales de mediados del siglo XX, las guerras y conflictos, así como las crisis económicas han permitido la entrada de mujeres en espacios dominados por hombres. El poder masculino ha visto cómo en las esferas de la acción social, lo femenino se va abriendo un espacio que
dignifica la especie humana al dar cuenta de su diversidad. En las universidades se amplían las perspectivas a medida que se van incorporando mujeres jóvenes que serán investigadoras en la diferencia. Es el surgir del paradigma que incluye las diferencias y la construcción de desigualdades desde el poder en el análisis de la salud de la población, sean hombres o mujeres. La concepción de un paradigma que ampliará las perspectivas, identificando la construcción social de las desigualdades de género en todos sus aspectos, incluso en el ontológico.

En esta línea, la autora, como representante de las generaciones que han puesto en evidencia las relaciones de poder tras la diferencia y la construcción del género en el ámbito de la salud, desarrolla un amplio análisis que permite identificar los estereotipos y sesgos que se construyen desde la cultura dominante y su trascendencia en el paradigma de la ciencia. El desarrollo de una ciencia que ha invisibilizado la presencia de la mujer en el ámbito de la salud como persona y como «cuerpo», en la medida que el control sobre su ente se plantea bajo parámetros masculinos en todas sus dimensiones. Tal y como indica la autora, este libro es una reflexión sobre los estereotipos de género que intervienen en la salud de las mujeres y generan sesgos en
la relación entre hombres y mujeres, así como entre profesionales y mujeres, que se sustentan en valores de jerarquía y dependencia, por lo tanto de inferioridad y falta de autonomía. Donde la «paciente», con su cuerpo en manos de los/as profesionales, alcanza sus máximos valores al ser medicalizada en sus realidades de dudosa raíz causal.

La organización de los argumentos alrededor de los estereotipos y sesgos se plantea en los distintos
capítulos. En el primero la autora inicia el análisis de los estereotipos a partir de la invisibilidad de las mujeres en las investigaciones de la ciencia médica y epidemiológica. Se indica que el cuerpo de la mujer está regulado, controlado, normativizado y condicionado por un sistema de género diferenciador y discriminador. También se apuntan los instrumentos normativizadores que esconden diferencias directamente y las niegan como la protocolización del «dolor», la medicalización vía hormonal y la privatización que aumenta la indefensión de la mujer. De forma que propone la revisión crítica foucaultiana de las condiciones y los efectos en los que se produce una veridicción de la salud en el caso de las mujeres, antes de dictaminar el uso-consumo de determinado tratamiento médico. También se plantea la necesidad de visibilizar las diferencias, que implica el cambio de paradigma en la ciencia y la incorporación de mujeres en las cohortes de investigación. Puesto que su ausencia es una forma de discriminación que genera sesgo en los diagnósticos y tratamientos, que comenzó a subsanarse en la década de los 90, al incorporar mujeres en las validaciones y en los equipos de investigación.

Tras defender que sexo y género no son sinónimos, apoya la noción de género que permite introducir la variable de la diferencia sexual en el corazón mismo de la investigación teorética. Siguiendo los argumentos de Donna Haraway, se plantea que la mujer no nace, se hace, afirmación que es tratada en distintos capítulos, y que la performatividad impuesta no es lo que somos sino lo que hacemos. De tal modo que se construye un discurso de género estereotipado que limita el desarrollo de las mujeres como seres libres. El resultado ha sido que se considera a las mujeres como no hombres, lo atípico y el tipo. Las identidades de género sin referentes claros cambian bajo acciones no siempre armónicas y la performatividad se rompe dando síntomas, nudos no visibles que encierran emociones y que contracturan todo el cuerpo.

En el segundo capítulo relaciona ciencia, biología y feminismo, avisándonos del riesgo que implica demostrar diferencias biológicas, ya que puede ayudar a mantener la desigualdad, además que centrar en exceso sobre el género puede hacer desestimar otros ejes de desigualdad como la clase, el origen… Recuerda que el nacimiento de la clínica como relación permitía identificar los síntomas y su evolución en referencia a las condiciones de vida y de trabajo, si bien se relegó al tratamiento de dichos síntomas, el ejercicio de protocolos y tratamientos en un espacio de tiempo reducido que impide poder tratar otros aspectos de la interacción humana. De ahí que el reto de la ciencia está en incorporar el género al contexto, las condiciones de trabajo y de vida, pero también de las mujeres. Las consecuencias de su ausencia implican que los problemas crónicos, que afectan fundamentalmente a las mujeres, no se relacionen con el contexto en el que viven y que no se tenga en cuenta sus propias experiencias ni por parte de la Atención Primaria ni por la Salud Pública. Tras estas situaciones se encuentra el biopoder de la biomedicina, que se apoya en gran medida en la biotecnología y la construcción de una ciencia infalible, en la curación de la enfermedad. La propia vida corre el riesgo de biomedicalizarse y mercantilizarse, no todo vale y mucho menos usurpar a las mujeres la autodeterminación sobre su cuerpo, bajo una sensación de culpa constante, insatisfacción y poca valoración de sus tareas que acaban generando estrés y somatizándolo. La ciencia conjugada con la cultura y los intereses pierde autoridad, en la medida que responde mayormente a los intereses económicos y de poder del mercado sanitario y corporativo, y no a las necesidades de la población con sus diferencias y desigualdades. Otro límite que apunta la autora a dicha autoridad es la «ausencia» de rigor en la evaluación de los datos por asesores independientes, que en realidad son contratados por las propias revistas, siendo claves en el apoyo al consumo de determinados tratamientos.

El tercer capítulo aborda las diferencias entre hombres y mujeres, rompiendo los esquemas aristotélicos que impregnaban las primeras consideraciones de diferencias como muestra de inferioridad. En este punto hace referencia a los feminicidios, genocidios contra las mujeres, como consecuencia de la inferioridad biológica y fundamentalmente social. Las mujeres son desechables y se tiene el derecho a controlarlas, poseerlas y tirarlas cuando no les son de utilidad. En cuanto a las diferencias, las investigaciones que se desarrollan en el campo neurológico han observado que sí existen, pero está por determinar cuáles son de base anatómica y cuáles debidas a distintos estímulos del exterior. De hecho, Carme Valls discute la idea de normalidad jerárquica otorgada culturalmente a los roles y por tanto la «objetividad de la ciencia» inmersa en estos valores, al tiempo que apunta los intereses que estimulan las investigaciones sobre las diferencias hormonales y fisiológicas.

En el cuarto capítulo reflexiona sobre el estado de salud de las mujeres, que presenta diferencias que se hacen más agudas al bajar en la escala social. Las desigualdades de salud globales están aumentando, y si bien la OMS decidió introducir las causas de morbilidad diferencial también orientó el principal objetivo de la salud pública hacia la equidad que para la autora conlleva igualdad social, igualdad de oportunidades y un equilibrio en la tríada de medicina basada en la evidencia, valores morales y voluntad política. A continuación reflexiona sobre las dificultades en definir qué entendemos por vida y cómo medirla. La calidad de vida, un concepto que en los noventa permitió incorporar criterios en la toma de decisiones terapéuticas –a partir de cuestionarios sobre los beneficios o problemas que podían generar determinadas intervenciones sanitarias. La introducción de nuevos conceptos económicos ha pretendido una evaluación monetaria de la vida y si bien ha permitido introducir de nuevo la evaluación de la clínica en la salud, también se puede utilizar de forma sesgada y de espaldas a las mujeres, invisibles a la hora de definir la vida. Seguidamente reflexiona sobre una de las consecuencias como es la invisibilidad de la salud mental y los factores que inciden en
ella, influida en las mujeres por las crisis vitales que hacen hablar del «malestar de las mujeres», que implica un consumo del 85% de los psicofármacos utilizados. Las referencias a los estudios realizados ilustran las especificidades de la salud mental, con más vulnerabilidad en las mujeres, para finalmente anotar que los conceptos de vida están mediatizados por la introducción de la ideología y la política en las entrañas de la definición de ciencia y en los conceptos científicos de la investigación.

En los siguientes capítulos se plantean las diferencias biológicas sobre las que se ha construido un estereotipo que ha sesgado las intervenciones terapéuticas. En el quinto se revisa el tabú que ha significado la menstruación en la vida de las mujeres, la no aceptación de lo que se entendía como inferioridad, la construcción cultural con una interesante relación de todos los «motes» con los que se ha denominado al ciclo menstrual para no nombrar. La interacción del estrés y del medio ambiente con el ciclo menstrual se plantean con interesantes ejemplos y concluye que el desarrollo de la ciencia ha derivado hacia la manipulación de las hormonas femeninas con implicaciones y riesgos importantes en la salud de miles de mujeres, como es el caso de los tratamientos hormonales y el proceso de riesgo para el cáncer de mama.

El sexto capítulo trata la morbilidad diferencial con detalle, identificando los problemas que se observan en las mujeres y que se identifican con dolor, cansancio y falta de vitalidad aún invisibles.

En el séptimo se identifican otros riesgos invisibles, revisando las alteraciones tanto estructurales como medioambientales y las iatrogénicas, en base a mercados potenciales que se medicalizan sin la precaución y evidencia científica que garantice la salud de las mujeres. Las enfermedades cardiovasculares se presentan como uno de los ejemplos en los que la mujer muestra menor incidencia, pero peor supervivencia debido a esa invisibilidad y los tratamientos hormonales sustitutivos.

El capítulo octavo trata las estrategias que pretenden naturalizar las diferencias como inferioridad. Es el caso
de los análisis clínicos donde se han atribuido los valores de referencia, los normales y los óptimos bajo una mirada androcéntrica, valorando las diferencias como minusvalías y no como consecuencia de la discriminación.

El noveno capítulo se refiere al reduccionismo en el que se desarrolla la atribución de etiologías y etiquetas diagnósticas ante las causas de la enfermedad o la salud de las poblaciones, frente a la complejidad
del diagnóstico. El reduccionismo sitúa en problemas psicológicos todas las demandas de carga social y considera inferiores los problemas que tienen las mujeres, productivamente recluidas en el hogar y con vigilancia específica en cuanto a la salud reproductiva. Las consecuencias conllevan la psiquiatrización
de la salud mental tras la separación de mente y cuerpo, gran dicotomía clásica que impide entender lo que ocurre en los seres humanos en relación con la salud. La etiqueta diagnóstica nos lleva al tratamiento, en lugar de empezar con la escucha y la palabra empezamos con un fármaco y la reducción correspondiente. En estas reducciones destaca la ausencia de una suficiente «alerta» en los servicios de atención primaria ante la violencia de género, sobre la que plantea la interesante diferencia entre la violencia vieja asumida por la inferioridad y la nueva violencia provocada por la igualdad.

En el capítulo décimo amplía las consecuencias del reduccionismo y de la ceguera de la ciencia ante la especificidad de la salud de las mujeres en su contexto. La victimización y fragmentación de las mujeres las lleva al estereotipo de que ellas no sólo están enfermas, sino que son enfermas, una afirmación que se apoya en la consideración de que todas y cada una de las teorizaciones y prácticas de los diversos movimientos sociales no sólo tienen un reflejo en el cuerpo, sino que en realidad no hay acción política que no sea sustancialmente una acción corporal. La religión no puede dejar de nombrarse como la construcción de la desigualdad que intenta reducir a la otra persona a la «nada». El proceso de victimización se introduce en la subjetividad, aparece la culpabilización bajo la mirada del otro, donde la feminidad construida artificialmente resulta atrayente. Tal como apunta Carme Valls: «El proceso culmina cuando el cuerpo de la mujer se convierte en objeto de mercado, cosméticos, cirugía, medicalización, como si no sentir nada fuera la panacea de la felicidad, sumisas, obedientes, femeninas y sin sensaciones o sentimientos parece ser el ideal androcéntrico, que es superior, y que las prefiere víctimas a seres humanos, con capacidad de sentir y de
amar» (pag. 304).

Una medicalización en manos de la industria farmacéutica que mediante la cultura de la pastilla da apoyo a la sociedad de la prisa, la captura del cuerpo de la mujer permitirá vender todo tipo de productos, aunque no sean necesarios. Un ejemplo de ello es cómo se han convertido en enfermedades procesos fisiológicos como la menopausia y el parto. Se trata de conseguir cuerpos dóciles, siguiendo el planteamiento de distintas autoras y bajo una mirada foucaultiana, ya que es a través del cuerpo donde se ejercen las relaciones de poder y las significaciones patriarcales de lo que es feminidad y masculinidad.

De ahí que los dos últimos capítulos centran los argumentos en la salud sexual y reproductiva, eje central de la visión utilitarista y patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres y que suponen el paradigma de control y manipulación. Se ha pretendido abolir la menstruación del cuerpo de las mujeres, introduciendo cambios hormonales que han afectado a muchas de ellas. Se trata de identificar las microviolencias del propio sistema sanitario en la relación asistencial, desde posiciones de poder que se viven como abusos, ya que se sienten anuladas delante del profesional. Se trata de iatrogenia ya que se impide la voz de las mujeres en la construcción de la clínica. Para Carme Valls, recuperar la voz, ejercer la palabra da lugar a identificar a las mujeres en el acto médico, no sólo como cuidadoras de «otro» sino en primera persona, y tanto las encuestas como las aproximaciones subjetivas, igualitaristas, dan mayor luz a esta construcción
deconstrucción del género.

Como ejemplo presenta la medicalización de la prevención y promoción al aplicar vacunas y revisiones frente a las que no hay evidencia clara de su efectividad e inocuidad junto con la rebeldía con causas ante la industria farmacéutica y los profesionales que se alinean con ella en la mercantilización del cuidado de la salud. Finalmente, en el epílogo plantea la necesidad de incluir la prevención cuaternaria, que permitiría atenuar o evitar las consecuencias de las intervenciones innecesarias o excesivas del sistema sanitario, un importante determinante que debe revisarse en su poderoso carácter androcéntrico. Así como la generación de redes científicas, sociales, filosóficas y sindicales que mediante el trabajo colectivo actúen como defensa de las manipulaciones.

El objetivo es facultar a las mujeres para la protección, promoción y autocuidado de su salud, con mecanismos de diálogo, concertación y negociación entre las instituciones de salud y las mujeres organizadas, en lo que se podría denominar la nueva perspectiva de género. En palabras de la propia autora:

«Recuperar el papel de protagonistas y sujetas de nuestro destino, recuperar el deseo por propia voluntad y en libertad. Es para mí el camino del renacimiento personal y colectivo, para poder vivir a fondo el tiempo limitado que tenemos y conseguir una salud que sea una vitalidad reencontrada cada día, una salud para disfrutar» (pag. 417).

Por último, y como conclusión, cabe decir que se trata de un libro que rompe mitos interiorizados en la sociedad y en el ámbito de la salud, que responden a la construcción social de la realidad basada en la desigualdad de género y en interacción con las desigualdades de clase social, origen, edad y territorio junto con los intereses vinculados al poder político y económico. Es un instrumento que aporta y condensa argumentos contundentes que permiten comprender en mayor medida y con mayor respeto los determinantes de la salud en relación con las mujeres.

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Pero LAS FOFAS ESPAÑOLAS, SÍ QUE LLEGAMOS A EUROPA.

No es cierto: ¿ Sanofi Aventis?.

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