viernes, 4 de marzo de 2011

Fortunas y delitos. La mentira del amianto













Cada cinco minutos muere una persona a causa de una enfermedad provocada por el amianto. De aquí al 2030 medio millón morirán en Europa de un cáncer causado por el amianto; cada año van a morir unas 140.000 personas en el mundo que hace entre veinte y cuarenta años estuvieron expuestas a este mineral y en total unos 10 millones seremos sus víctimas en 2030. A toda esta matanza hay que añadir los inenarrables y atroces sufrimientos de los afectados y de sus familiares. Es la primera causa de muerte profesional. La serie de horrores continuará porque si en la “civilizada” Europa se prohibió el mineral casi totalmente desde 2005, en Canadá, en los países emergentes y en los empobrecidos (China, India, Brasil, México) la extracción y consumo van en aumento.

“Todos sus dineros están manchados de sangre”
H. Balzac, La taberna roja

Cuenta Juan Miguel Gutiérrez, el director del documental “La plaza de la Música” (un largometraje de 58 minutos que se ha presentado a la 58 edición de Donostia Zinemaldia) que fue precisamente durante la realización de este trabajo cuando descubrió que su madre había muerto víctima de la inhalación de polvo de amianto, porque vivían cerca de la fábrica que lo producía.

Igualmente, mientras preparaba la traducción y edición del libro de Maria Roselli, “Las mentiras del amianto. Fortunas y delitos”, que hoy presentamos, me enteré también que un buen amigo y colega de estudios, al que hacia tiempo había perdido la pista, había muerto prematuramente a los 53 años, víctima de un mesotelioma. Trabajaba, desde que terminamos la carrera de Perito Industrial a mediados de los años sesenta, en la fábrica Uralita de Sevilla. Si me hubiese llamado a trabajar en esa misma fábrica posiblemente hubiese aceptado y hoy ya no la contaría.

Podemos sacar la conclusión de que además de enfermedades profesionales debidas al amianto, existen las vinculadas al hogar, al medio ambiente y las que podemos denominar “virtuales”, como en mi caso, las que podrían habernos afectado a todos dada la abundancia y extensión geográfica de cómo se ha producido este material.

Estas dos noticias me han hecho pensar que la coincidencia de la traducción de dos libros sobre el amianto (el que presentamos y el que se ha hecho bajo la dirección de Ángel Cárcoba, titulado “La lana de la salamandra”) y del documental de Juanmi Gutiérrez no es para nada casual. Como en el resto de Europa, esta década y la próxima presentarán los puntos más altos de manifestaciones de enfermedades y muertes debidas al polvo letal, habida cuenta que fue en la década de los ochenta cuando se alcanzaron los valores mayores en la producción de este mineral y del largo periodo en que la enfermedad contraída se manifiesta. Lo que se llama periodo de latencia.

El libro de Maria Roselli: víctimas y verdugos

El libro de Maria Roselli, periodista italiana radicada en Zurich, titulado en su versión castellana La mentira del amianto. Fortunas y delitos, editado por ediciones del Genal en Málaga (publicado primero en 2007 en alemán y posteriormente, en 2008, en francés) y que hoy ve la luz la edición para España y Latinoamérica, realiza una investigación profunda alrededor de las víctimas del amianto y de sus familiares, a las que escucha y hace hablar; y en torno a la principal familia en el negocio durante 85 años, los Schmidheiny, familia natural de Suiza, país en el que ha radicado el centro de dominación del mundo en lo relativo a este mineral a la vez “milagroso”, “mortal” e “invisible”, denominado amianto o asbesto y, metonímicamente, uralita en España.

Habla e indaga, pues, sobre las víctimas y de los verdugos.

Las víctimas están bien establecidas: cada cinco minutos muere una persona a causa de una enfermedad provocada por el amianto; según un estudio de la Unión Europea, de aquí al 2030 medio millón de personas morirán en Europa de un cáncer causado por el amianto; cada año van a morir unas 140.000 personas en el mundo que hace entre veinte y cuarenta años estuvieron expuestas a este mineral, bien por su trabajo o por su proximidad a los trabajadores o a las fábricas, y en total con lo que llevamos tragado de las fibras microscópicas del mismo material, unos 10 millones seremos sus víctimas en 2030 (según el doctor James Leigh, director del Centro de Salud Ocupacional y Ambiental de la Escuela de Salud Pública de Sidney, Australia). Y a toda esta matanza hay que añadir los inenarrables y atroces sufrimientos de los afectados y de sus familiares. No es sólo la primera causa de muerte profesional sino también, desde el punto de vista de las aseguradoras, el siniestro más importante de todos los tiempos.

La serie de horrores continuará porque si en la “civilizada” Europa se prohibió el mineral casi totalmente desde 2005, en Canadá, en los países emergentes y en los empobrecidos (China, India, Brasil, México) la extracción y consumo van en aumento.

La principal familia responsable de esta catástrofe humanitaria, (los Schmidheiny suizos), que muchos califican de genocidio por ser una de las mayores, sino la mayor, de todas las masacres industriales jamás conocidas, está bien delimitada. Los Schmidheiny desde principio de siglo XX dominan este negocio en el mundo y han pasado en cuatro generaciones de ser descendientes de un sastre a tener en sus filas en la actualidad a dos de los magnates mayores del planeta: Thomas y Stephan. El amianto-cemento constituye su secreto. El municipio suizo de Niederurnen no sólo ha sido la sede de su negocio de amianto en Suiza, con el nombre de Eternit, sino que llegó a convertirse en uno de los centros mundiales del amianto-cemento. Desde el holding de los Schmidheiny se controlaban las fábricas en dieciséis países con 23.000 personas empleadas. Fue la sede de la SAIAC (Sociedad Anónima Internacional de Asbesto-Cemento) el cártel del amianto que ha controlado precios, volúmenes, técnicas, presiones políticas y silencios bien gestionados sobre la letalidad del mineral.

Para hacerse una idea de un orden de magnitud de lo que hablamos, bastará contemplar a esta familia controlando el 90% de las actividades productivas del amianto importado en Suiza, por las que desde 1945 a 1985 han pasado unos 10.000 trabajadores de manera intensiva (cada día y sostenida durante años) y otras 100.000 que sufrieron exposiciones ocasionales pero repetidas. Si, como admite el neumólogo de la clínica Hirslanden de Zurich, “una sola fibra inhalada es ya demasiado”, todos los 110.000 expuestos peligran, y no saben ni el día ni la hora, por lo insidiosa que es la enfermedad específica denominada mesotelioma: no da apenas síntomas y una vez emergida supone la muerte en pocos meses y entre atroces sufrimientos. Otro orden de magnitud de sus responsabilidades lo proporciona el hecho de que en 1985, entre esta familia y otra belga dominaban el 25% de todo el amianto-cemento del mundo. De esta tremenda magnitud se deriva la presunción de genocidio que se adjudica a los Schmidheiny.

Sin embargo, mi acercamiento como editor a esta obra no fue fruto de la indignación y dolor del amigo perdido, sino la investigación sobre el magnate suizo Sthepan Schmidheiny, uno de los hombres más ricos del mundo, que habíamos emprendido hacía ya unos años mi compañera Isabel y yo mismo, tras la pista de una fundación filantrópica denominada Avina fundada por el citado magnate. La citada fundación dedicaba ingentes cantidades de dinero a hacer negocios con los más pobres de la mano de ONGs y otros movimientos sociales, bajo el marchamo de la responsabilidad social corporativa y de lo que hoy se llama capitalismo verde. Entendíamos que esta fundación estaba penetrando los movimientos sociales por arriba y esto implicaba desactivar las resistencias al capitalismo, especialmente de Latinoamérica, utilizando como puente a los líderes españoles. Entendíamos también que detrás de esta “generosidad” había “gato encerrado”.

El juicio de Turín contra este magnate y la celebración de una reunión internacional de afectados por el amianto de la mano de la International Ban Asbestos (entidad que trata de que el uso de este mineral, en todas sus formas, se prohíba en todo el mundo) nos dio la oportunidad de viajar a esa ciudad en primavera del pasado año, junto a Ángel Cárcoba, en calidad de periodistas habida cuenta que íbamos, en nuestro caso, de la mano de la Revista el Observador de Málaga. Allí conocimos a Maria Roselli y de allí salió el compromiso de la edición en castellano.

Stephan Schmidheiny nos llevó directamente a la tragedia del amianto y a los grupos sociales o intelectuales que luchan contra el mismo, desde distintas facetas. Fruto de esta laberíntica historia es el libro que hoy presentamos y que ha sido editado gracias a Ángel Cárcoba.

Nadie mejor que esta periodista italiana, residente en Suiza, patria y morada de Schmidheiny, para relatar la historia de esta familia, que ha sido la principal dominadora de esta industria con el nombre de Eternit, durante la mayor parte del siglo XX

El título con que hemos presentado nuestra edición, que es una síntesis de los títulos de la edición alemana y francesa, dice muy bien de lo que nos vamos a encontrar por dentro.

La conspiración del silencio

En primer lugar se habla en el libro sobre el amianto, su peligrosidad y su producción, pero sobre todo de sus mentiras. Es decir del esfuerzo exitoso realizado por la industria para ocultar, tergiversar y minimizar las fatales consecuencias para los trabajadores, y no sólo para ellos, en lo relativo a la extracción, transporte, producción y mantenimiento de este mineral del que se decía que era milagroso. Este adjetivo con el que se ha propagado es una de las grandes mentiras. Por eso, en singular, "la mentira del amianto”.

La historia de esta familia es una concreción detallada de aquella sentencia del novelista Honorato Balzac que afirmaba, hablando de un personaje enriquecido, que “todos sus dineros (escudos) están manchados de sangre”. En efecto, los Schmidheiny no sólo mentían sino que llegaron a colaborar con el régimen nazi, ocupando en su fábrica alemana a prisioneros de guerra en régimen de semiesclavitud. Hasta 1992, fecha del fin del apartheid, mantuvieron sus empresas de amianto en Sudáfrica, tratando a los negros sin derechos y sin medidas alguna de protección, y para más inri vivían cerca del trabajo y muchos tenían como tejados las famosas planchas de fibrocemento a base de amianto blanco. En fin, colaboraron con Pinochet, con Somoza en Nicaragua al que “vendieron” el 60 de las acciones de Nicalit, la empresa de amianto en ese país, y con la dictadura brasileña.

Pero sobretodo, siguieron con el negocio y tomando las mínimas medidas de protección laboral, a pesar de que desde mil ochocientos ochenta y nueve (1889) ya se tenían noticias de la letalidad de este mineral y, posteriormente, los trabajos científicos de las décadas de los treinta a los sesenta del pasado siglo habían dejado bien establecido las distintas enfermedades que provoca así como los efectos domésticos y ambientales que acarrea (y los virtuales como hemos dicho).

Es sólo en 1973 cuando la OMS reconoce la peligrosidad del amianto, en 1978 el Parlamento Europea declara a esta fibra como cancerígena laboral, para en 2005 la propia Unión Europea dicta una prohibición bastante extensa de la importación, fabricación y uso del mismo, y para todas las clases de mineral de amianto. La conspiración del silencio que el lobby del amianto defendía ha tenido bastante éxito y lo sigue teniendo, habida cuenta que hoy en sólo 55 países está prohibido, estando en más de 140 en aquellos en los que el amianto continúa su letal labor.

Naturalmente, este enriquecimiento de la familia Schmidheiny está salpicado de delitos, unos vistos ya en los tribunales, otros por ver y muchos otros que quedarán impunes.

En el retrato que Maria Roselli hace de una de las víctimas, y que titula “La duda me atormenta”, Rita Feldmann dice así:

Cuando éramos niños, mi hermano, mi hermana y yo misma trabajamos en Eternit (en Niederurnen, Suiza) durante las vacaciones escolares. Era típico de aquella época. En la fábrica nos contaban que por la noche no deberíamos quitarnos el polvo de la ropa con la ayuda de la tubería de aire comprimido, porque si teníamos una herida una burbuja de aire podría entrar directamente en el organismo. No nos decían que la razón del peligro era el amianto(…) Al principio se consideraba que el amianto era un producto milagroso. Si sabiendo que es peligroso se decide trabajar allí, cada uno es libre de asumir el riesgo, pero es injusto que nos ocultaran la verdad. Me pregunto cómo puede vivir la familia Schmidheiny sabiendo cuántas personas han muerto por culpa del amianto. Algunas de ellas ni siquiera habían trabajado allí. (…)Mi padre murió en 1989, fue contratado por Eternit en Niederurnen con catorce años. Mi madre también murió por mesotelioma en 2002, trabajaba como asistenta en las oficinas. Ahora (2006) a mi hermano le han descubierto placas pleurales que se deben, igualmente, al amianto (tiene 49 años y está enfermo desde hace cuatro) (…) Todo este asunto no me deja tranquila. Y la familia Schmidheiny simplemente vende la empresa, saca beneficios, y sale airosa sin asumir sus responsabilidades. Si tuvieran un ápice de conciencia no renegarían de su pasado.

La mentira ha sido la norma por parte de las empresas en la tragedia del amianto, pero también la censura y la tergiversación. En una Conferencia sobre el amianto celebrada en el Parlamento Europea, en septiembre de 2005, convocada por el grupo de la Izquierda Unitaria Europea, podemos leer:

Eternit goza de una enorme influencia en Bélgica. Se había previsto que la publicación de un artículo titulado “El valle del silencio en Bélgica” coincidiese con la Conferencia Europea sobre el amianto. Sin embargo el artículo nunca vio la luz. Su supresión demuestra que, en 2005, la censura y la influencia corporativa sigue teniendo más fuerza en Bélgica que la que la libertad de expresión y la democracia.

Pero hay mucho más: En el juicio penal que se celebra actualmente en Turín contra Stephan Schmidheiny, en que se le acusa de “desastre ambiental doloso permanente y omisión dolosa de las normas de seguridad”, por el que se le piden 13 años de cárcel e indemnizaciones que pueden llegar a cinco mil millones de euros, en un extracto de prensa, con motivo de la vista celebrada en octubre del pasado año, se ha podido saber que:

Según ha manifestado Paolo Revilla, consejero de la acusación, “hemos descubierto que entre 2001 y 2005 Stephan Schmidheiny, ha pagado un millón de euros a la agencia de Milán MS & L Bellodi para organizar una red de informadores capaces de manipular la información sobre el amianto”. Igualmente se ha sabido que el fiscal de la acusación Guarinelli ha sido objeto de una atención particular de parte del sistema de vigilancia de la multinacional. Digamos que el fiscal ha sido “espiado”. Bruno Pesce –animador continuo de la asociación de Víctimas del amianto de Casale, pueblo de Turín- ha manifestado, al hilo de estas declaraciones, que el “espionaje” no se ha parado en la persona de Guarinelli porque “hemos descubierto que un periodista que había frecuentado nuestras iniciativas durante 16 años estaba pagado por Bellodi”.

Pero como el amianto sigue permitido en muchos países aún, el lobby de este mineral sigue haciendo uso de los viajas artimañas a las que se recurrían en Europa hace treinta o cuarenta años. Se siguen presentando estudios “científicos” que afirman la inocuidad el amianto blanco; se celebran simposios para extender la mentira del “uso controlado”, y por tanto sin riesgos, de este mineral. Aparecen “sindicatos amarillos”, controlados por los empresarios, que defienden igualmente el uso inicuo del amianto. Los canadienses, uno de los principales países en minería del amianto (que exportan casi toda la producción) han creado el Canadian Chrysotile Institue, en nombre del lobby canadiense del amianto… “La mentira del amianto es resistente, indestructible, e incorruptible, para toda la Eternidad”, como el nombre etimológico del mineral.

Hablan las víctimas

Los delitos tienen víctimas con nombre y apellidos, y la autora del libro se ha encargado de entrevistar y rescatar historias vividas por ellas. Como dice uno de los familiares de las consultadas, Victor Portmann:

Opino que es importante hablar del sufrimiento físico y de los dolores de los enfermos de amianto (…) Se hace hincapié en los problemas financieros y jurídicos, pero nunca se habla de los inmensos dolores que sufren las personas afectadas. Se silencia el hecho de que este cáncer es particularmente cruel, nadie cuenta cómo los enfermos gritan a causa del dolor. Mi padre ha soportado un sufrimiento atroz y quiero que esto se sepa. Falleció en junio de 2004.

Hoy en día (2006) se sigue exponiendo a los trabajadores a este peligroso material, y todo ello, únicamente, por el ansia de beneficios.

Porque, efectivamente, hablamos de atrocidades. Los datos son espeluznantes. Ya hemos mencionado algunos y los completamos con las siguientes aportaciones, para que no se olviden:

En el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo. Según los cálculos más recientes de la Organización Mundial de la Salud, la exposición laboral causa más de 107.000 muertes anuales por cáncer de pulmón relacionado con el asbesto, mesotelioma y asbestosis. Se calcula que un tercio de las muertes por cáncer de origen laboral son causadas por el asbesto. Además se calcula que cada año se producen varios miles de muertes atribuibles a la exposición doméstica al asbesto, según la misma entidad.

Estas muertes equivalen a un World Trade Center cada 10 días, que se dice pronto.

En síntesis, cada cinco minutos muere una persona en el mundo de una enfermedad debida al amianto o asbesto y así seguirá ocurriendo durante muchos años.

El mineral además de invisible, llega a las personas de forma silenciosa. El siguiente testimonio, recogido por Maria Roselli en su libro es más que ilustrativo. El retrato que hace la autora es el siguiente:

Hans von Ah pasó tres años en los talleres de la compañía de ferrocarriles suizas, la CFF, en Zurich. Está seguro de haber respirado allí también el polvo mortal. Dice que 'durante la fase preliminar de la enfermedad, a menudo me acordaba de aquellos años como aprendiz durante los cuales estuve en contacto con este material mortal'. En otoño de 2000 (a más de 45 años de su primer contacto con el amianto) cuando visitó a su médico a causa de una ligera irritación en la zona de los pulmones no se esperaba para nada aquel diagnóstico. Pero cuando la palabra “mesotelioma” surgió en la conversación Hans von Ah lo comprendió todo inmediatamente. Hasta ese momento el jubilado no había sentido ningún dolor (…) Un equipo de médicos del Hospital Universitario de Berna le extrajo el pulmón izquierdo, atacado por el cáncer, y la pleura en una operación que duró varias horas. A continuación, los médicos recubrieron sus bronquios amputados con lóbulo muscular. Tras la operación estuvo a punto de fallecer a causa de una infección y, durante meses, tuvo que tomar antibióticos. Su tubo digestivo, muy deteriorado por la toma de todos esos medicamentos, reacciona ahora de forma hipersensible (…) Tras la operación cayó en una gran depresión. (Retrato de Hans von Ah: “Ya no tengo fuerzas para defenderme”)

Llega de forma silenciosa y pérfida: basta a veces una exposición pequeña. El siguiente retrato de la autora de una de las víctimas es esclarecedor:

Pese a sus 53 años y no haber estado nunca en contacto directo con el amianto- simplemente había vivido de los ocho a los dieciocho años al lado de la fábrica en Niederurnen-, Marcel Jann sabía que le quedaban sólo unos meses de vida. Un día de otoño de 2004, aquel maestro apasionado a la montaña y a la bicicleta, tuvo tales dificultades para respirar que creyó ahogarse. (…) Después de una quimioterapia complicada, en la primavera de 2005 le extrajeron el pulmón derecho, incluida la pleura, así como el diafragma, una costilla y el pericardio a lo largo de una operación que duró siete horas. Diez días después precisó de una intervención de urgencia…

(Una vez Recuperado) ”su lucha por la justicia”, como el la llamaba, se convirtió en su razón de vivir. Dirigió muchas cartas a Stephan Schmidheiny pidiéndole que se disculpara y exigiéndole indemnizaciones, pero con la venta de la empresa todo había sido transferido. ¡Schmidheiny ya no se consideraba responsable! Continuó luchando hasta los últimos meses de sus vida - falleció en octubre de 2006. Afirmó que no podía aceptar esa enfermedad mortal sin rechistar, mientras le llevaban a Glarus -Suiza- a hacer su declaración ante el juez de instrucción, enchufado en su botella de oxígeno y acostado sobre una camilla (Retrato de Marcel Jann: “La lucha por la justicia”)

La contaminación ambiental es muy corriente. Este ha sido el caso de Cerdanyola –España- en que han contraído enfermedades no sólo los trabajadores de las fábricas de amianto sino los familiares y los vecinos cercanos a las factorías. El pasado mes de julio, un juzgado de Madrid ha sentenciado que Uralita debe indemnizar a 45 vecinos de Cerdanyola y Ripollet con 3,9 millones de euros por las afecciones que les ha provocado las fibras de amianto que se desprendían de la factoría situada en esa primera población. Lo mismo que había pasado con la madre de director de cine Juanmi Gutiérrez que ya hemos mencionado.

La lucha por la justicia

Las víctimas piden justicia, es decir reconocimiento, resarcimiento y sanciones sociales para evitar la impunidad y para no invitar a otros a hacer tales atrocidades.

Por ello, delante de las puertas del juzgado de Turín, donde se celebra el juicio penal contra Stephan Schmidheiny, las víctimas del amianto y sus familiares se congregan durante la celebración del juicio, aun vivo, portando pancartas que dicen: “Masacre Eternit: justicia”

Una de las víctimas, Luisa Minazzi, que de pequeña jugaba en el patio entre polvos de eternit que su padre traía de la fábrica como si fuese algo maravilloso, se pregunta: "¿quién podía saberlo?". Afirma Luisa que "los responsables deberían ser juzgados en La Haya por crímenes contra la humanidad"

El juicio de Turín es la esperanza de muchas de las víctimas porque por vez primera se juzga no sólo a los directivos de la fábrica local sino a los principales propietarios. El fiscal que indaga el caso desde 2004 pide hasta 13 años de cárcel para los dos principales encartados y hasta un millón de euros por víctima; como hay cerca de tres mil demandas más las de la seguridad social italiana, la petición fiscal asciende a unos 5 mil millones de euros, en este solo juicio.En “La lana de la salamandra”, el libro que se ha editado en CCOO bajo la dirección de Ángel Cárcoba, nos cuenta su autor, el periodista Giampiero Rossi, los antecedentes de este proceso centrado en la familia de Romana Blasotti. Esta familia trabajó y vive aún en Casale Monferrato, un pueblo de 33.000 habitantes al norte de Turín y en el que hubo hasta 1986 una fábrica de amianto, en la que en sus momentos más álgidos trabajaban unos mil trabajadores. Pues bien, a pesar de que hace 25 años que cerraron aún cada semana muere una persona víctima del mineral. Y cada uno de los habitantes tiene un nudo en la garganta porque no se sabe cual de ellos será el próximo, pues mueren trabajadores, familiares y simples ciudadanos que nada han tenido que ver con la fábrica.

Como en el caso ejemplar de Romana Blasotti, la presidenta de la asociación de víctimas del pueblo, actualmente con 82 años, que ha visto en los últimos 25 cómo morían su marido, trabajador en la empresa, su hermana y su sobrina, su prima y, finalmente su hija de 52 años que nunca trabajó con amianto.

Declaración de Romana Blasotti. Juicio de Turín, 2010

La explotación extrema

María Roselli, en su exhaustiva investigación, ha encontrado documentos que certifican el uso por parte de los suizos de trabajadores forzados en la Alemania nazi, y ha logrado encontrar a una superviviente de aquella época. Se trata de Nadja Ofsjannikova, con 85 años cumplidos, que vive en la actualidad en Riga, Letonia y que por casualidad se encontró con un médico de Berlín, al que habló de su estancia de trabajadora forzada en Berlín y la volvió a traer a esta ciudad. Cuenta ella que:

En 1942, cuando tenía 19 años fui llamada por la comandancia militar y hacinadas y pasando mucho frío nos transportaron a Alemania (…) a una fábrica de amianto-cemento. Allí nos alojaron en barracas. El trabajo en ese campo era superior a nuestras fuerzas. La nave en la que trabajábamos no tenía tejado y el frío era terrible. En ocasiones solo deseaba morirme. Lloré muchísimo. La fábrica en que trabajaba se llamaba Eternit (…) era igual que un campo de concentración, llevábamos números y teníamos que enseñar nuestra ficha continuamente. (…) teníamos que trabajar aun estando enfermos, doce horas al día, seis días a la semana. En una ocasión cogí una neumonía, pero no pude guardar cama (…) la alimentación en el campo era pésima: para desayunar nos daban sopa de harina, a mediodía sopa de remolacha y por la tarde cien gramos de pan con un poco de margarina (…) la vigilante de la barraca nos observaba todo el tiempo y cuando no obedecíamos nos molían a palos. A veces me pregunto cómo pude soportar tanto sufrimiento (…). En Abril de 1945 volvieron a bombardearnos, pero por suerte pudimos refugiarnos en el sótano (…) En 2000, cuando me enteré que las personas que habían sido forzadas a trabajar recibían una indemnización me dirigí al Archivo pero allí constaba que yo había ido voluntaria al campo. Envié una carta a la fábrica Eternit, pero no recibí contestación alguna.

(Retrato de Nadja Ofsjannikova: “Trabajar hasta el agotamiento”)

Y no menos impresionante es la entrevista que la autora relata en libro con un sindicalista sudafricano. Se desarrolla así:

- ¿Cuáles eran las condiciones de trabaja en las fábricas Everit, propiedad de los Schmidheiny?, pregunta la autora.

- Era completamente terrible –replica el entrevistado-: había polvo por todas partes y nadie nos decía que fuese mortal: Cuando alguien enfermaba lo enviaban a su “homeland” (1), pero nadie sabía de qué morían nuestros compañeros.

- ¿Tenían los trabajadores un contacto directo con la dirección de la empresa?

- Durante años nos hicimos la siguiente pregunta ¿por qué la dirección de la empresa, en especial los directores venidos de Suiza, evitan ir a las naves de trabajo? Fue mucho tiempo después cuando comprendimos que no querían respirar el polvo; sabían desde el principio que era mortal

-¿Explicó la dirección de la empresa suiza por qué vendió la fábrica en 1992?

- La razón era evidente: con el final del apartheid ya no podían seguir explotando a los negros a los que pagaba mucho menos que a los blancos… a nosotros nos metían en aquellas terribles casas obreras, en las que tuvimos que vivir durante décadas sin nuestras familias (…) Esta es la razón por la Stephan Schmidneny abandonó su negocio con Sudáfrica. Puso pies en “polvorosa” antes de que el nuevo gobierno le obligara a asumir sus responsabilidades. Le escribimos a Suiza informándole con claridad que debía hacer frente a sus responsabilidades e indemnizar a los enfermos y a las familias de los fallecidos. No contestó, recibimos una carta de la dirección de su nuevo holding, en la que nos comunicaban que habían actuado en todo momento según las leyes sudafricanas vigentes (las del apartheid) y que por tanto no tenían ninguna responsabilidad ni en el plano jurídico ni en el moral –La ley sudafricana no permite que los trabajadores demanden a sus antiguos patronos- (Entrevista a Fred Gonna, sindicalista sudafricano que trabajó 25 años en una fábrica de los Schmidheiny. “Nos trataron como a niños”)

En efecto, desde 1942, y bajo el régimen del apartheid, trabajaron unas 55.000 personas para las distintas empresas de los Schmidheiny, la mayoría negros sin derechos. Stepahn Schmidheiny se formó en la gestión empresarial en la firma sudafricana Everite, perteneciente a la familia. Durante los años setenta estuvo al mando de todas las fábricas Eternit que poseían en el mundo y fue unos de los mayores accionistas de la empresa sudafricana Everit en los peores años del apartheid, en la época en que el aparato racista de represión no escatimaba ningún medio para mantener en el poder. Eran propietarios de minas de crocidolita (amianto azul) que destaca por su potencial cancerígeno.

Hemos de volver al sufrimiento de los afectados para sentir la indignación de esa regla de tres por medio de la cual es más importante enriquecerse que la salud de millones de personas.

Se sabía todo sobre la peligrosidad del amianto

Como vamos a ver en una somera relación, desde el siglo XIX se sabía sobre la peligrosidad del amianto
. En efecto:

1. En 1889, en Inglaterra, un Informe oficial señalaba los efectos nocivos de la fibra de amianto.

2. En 1900, en Londres, el médico H. Montague obtiene la primera evidencia patológica de una asbestosis.

3. En 1906, el médico italiano L. Scarpa, hizo un seguimiento a 30 trabajadores del amianto y supuso que su enfermedad era la tuberculosis.

4. En 1918 una importante compañía aseguradora (La New Yorker Prudencial I. Co.) se negó a contratar seguros de vida con los trabajadores del amianto.

5. En 1924 aparece el informe “Fibrosis pulmonares debidas a la inhalación de polvo de asbesto” de W.E. Cook, con los resultados de una investigación médica seria sobre las enfermedades causadas por el amianto.

6. En 1938 por trabajos realizados en EEUU y Sudáfrica se estable la relación entre el amianto y el mesotelioma. Probada definitivamente en 1960.

7. En 1939 La Caja Nacional de Seguros de Accidentes de Suiza (SUVA) reconoce un caso de abestosis profesional.

8. En 1960 C. Wagner concluye su famoso estudio por el que establece la relación del amianto con el mesotelioma y de que el amianto no sólo era peligrosos para los trabajadores sino también para los habitantes de las proximidades y para las familias.

9. En 1965 Selikoff presenta en un Congreso su estudio epidemiológico referido a 1.522 hombres que habían trabajado realizando aislamientos con amianto, la frecuencia del cáncer de pulmón era siete veces superior a la del grupo de control y concluía el estudio que una fuerte exposición al amianto durante tan solo un mes puede provocar un mesotelioma (que se manifiesta décadas más tarde)

10. En 1973 la OMS reconocía que la exposición al amianto causaba mesotelioma y cáncer de pulmón

11. En 1978 en Parlamento europeo declaraba el amianto como cancerígeno laboral, pero muchos estados fueron anestesiados por los lobbies industriales y financieros y hasta 27 años después, en 2005, no se prohibía en la Unión Europea.

Podemos concluir diciendo que: “Desde mediados de los cuarenta quedó demostrado científicamente que la abestosis puede desencadenar un cáncer de pulmón y desde los comienzos de los sesenta que una exposición al amianto puede provocar un mesotelioma maligno. Ninguno de los responsables de la época puede afirmar, si pretende ser tomado en serio, que no sabía nada acerca de los riesgos del amianto para la salud”.

Concluye Roselli rotundamente: “no se trata de una conjetura sino de una certeza”-.

Los Schmidheiny (y las demás empresas) continúan hasta fin del siglo XX amasando sus fortunas. Se puede predicar de todos ellos aquella sentencia del que fue diputado belga en el Parlamento Europeo, Remi Poppi, según la cual: “A excepción de la pólvora, el amianto es la sustancia más inmoral con la que se haya hecho trabajar a la gente; las fuerzas siniestras que obtienen provecho del amianto (...) sacrifican gustosamente la salud de los trabajadores a cambio de los beneficios de las empresas”.

La pirueta filantrópica

Como la situación de Stephan Schmidheiny era muy comprometida, intenta una estrategia de huida de la “polvareda” en la que está metido. Se construye una hagiografía en la que se autojalea: dice, “me considero como un pionero que abandona por su cuenta el amianto antes que le sea exigido por la ley” y “tomé la decisión de salir del asbesto, basado en los potenciales problemas humanos y ambientales basados en el mineral. Pero también consideré que en una época de creciente transparencia, y crecientes preocupaciones por los riesgos de la salud, sería imposible desarrollar y mantener un negocio exitoso basado en el asbesto”

Vende o cierra las empresas de amianto en todo el mundo en la década de los noventa.

Y trata de ser recordado en la posteridad como un gran mecenas ambiental. Para ello crea la fundación Avina en 1994, y en 2003 crea Viva Trust que es una institución que va a proporcionar la financiación a la anterior fundación. La publicidad de este fideicomiso se hace a bombo y platillo en Costa Rica, invitando a unas 200 personalidades seleccionadas de todo el mundo entre las que se encuentran el presidente del Banco Mundial, el embajador de EEUU en Costa Rica, Hernando de Soto, B. Drayton (fundador de Ashoka), Oscar Arias, ex-presidente del país y Pedro Arrojo de la Fundación Nueva Cultura del Agua con sede en Zaragoza, entre otros.

La fundación Avina se dedica a tratar de hacer negocio con los pobres, que según sus pensadores son “el negocio de los negocios”, porque son 4 mil millones y todos los días consumen algo, y porque los ricos “tienen el derecho de hacerse aún más ricos”. Con esta filosofía y un recubrimiento de verde andan por España y Latinoamérica cooptando socios-líderes y penetrando los movimientos sociales para irlos desactivando y descafeinando. Pero no le han salido las cuentas y en 2009 han anunciado una profunda reestructuración que es una especie de desmantelamiento, a la par que venden la mayor parte de las empresas que le sirven de financiación. Schmidheiny está ahora centrado en que los juicios que se le avecinan le hagan el menor daño económico y moral posible. Por eso se gaste los millones en empresas de imagen como hemos visto. Falta le hace.

Dice Roselli que “este empresario convertido a filántropo a tiempo completo sigue sin querer pronunciarse sobre su pasado como director de Eternit pese a las demandas reiteradas de la que es objeto. Se estima que su fortuna alcanza la cifra de 5.000 francos suizos, una suma amasada sobre el capital de partida proveniente del amianto”. El cineasta Kurosawa diría que se ha alzado a un “trono de sangre”

Pero las víctimas reclaman justicia e indemnizaciones. Todos los ciudadanos reclamamos una desamiantización del mundo con el criterio que sea el contaminador el pagador, y no que se sufrague con el dinero público de los impuestos. Toda la fortuna de los Schmidheiny será insuficiente para reparar los enormes daños causados.

Coda

El libro de Maria Roselli termina haciendo un juego de palabras que se nos antoja ocurrente pero pesimista. Ella nos recuerda que “amianto” viene del latín “amiantus” que quiere decir incorruptible, sin mancha y que “asbesto” viene del griego “asbestos” y que significa “indestructible”, “inextinguible”. Como la empresa que analiza es la multinacional Eternit, concluye afirmando que “la mentira del amianto es resistente: indestructible, incorruptible, para toda la Eternidad”.

Pero nos queda mucho que hacer y no nos podemos permitir estas desilusiones. En todo el mundo hay que luchar por la prohibición universal de todo tipo de amianto, especialmente el crisotilo o amianto blanco que es el de uso más abundante, y una vez conseguida la prohibición como en el caso de la UE, queda pendiente la enorme tarea de atender a las víctimas, resarcirlas, castigar ejemplarmente a los culpables, personas y empresas, y efectuar la desamiantización del país de forma que no sea una segunda vuelta de los afectados por el mineral letal y no exportar los desechos a los países empobrecidos.

Como he dicho al principio, mi amigo y colega Juan Aguirre, estudió conmigo e hicimos muy buena amistad. Ha muerto prematuramente por un cáncer debido al amianto. De haberme recomendado en su trabajo, habría sido muy probable que hubiese aceptado. Hoy ya no podría contarlo. Soy pues una víctima virtual de mesotelioma.

Por eso no lo olvido, por eso estoy embarcado en esta lucha por la prohibición, por la justicia y la reparación, como tantos otros en el mundo.

Por eso no olvido.

Muchas gracias. www.ecoportal.net

Paco Puche - Librero y ecologista - España - Presentación del libro de Maria Roselli - Librería Muga y en El Ateneo de Madrid, el 18 y 21 de febrero de 2011-

Referencia:

(1) En Sudáfrica, durante el apartheid, se estableció una delimitación de zonas territoriales en función de las razas. De esta manera se expulsó a los negros que residían en zonas blancas a los homelans, especie de estados independientes para negros.

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