jueves, 26 de marzo de 2015

¿Acabará la Justicia con los medicamentos genéricos?




Una decisión del TSJPV y una investigación de la Agencia Europea en la India parecen incidir en la interesada polémica sobre su conveniencia, pero la ciencia no engaña.
 
 
Por Javier Alonso - Miércoles, 25 de Marzo de 2015 - Actualizado a las 06:09h
 
 
La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha ratificado una sentencia de un juzgado bilbaíno que estimaba una demanda contra el Departamento de Salud y declaraba el derecho de un paciente a recibir el medicamento exacto prescrito por su especialista. Dicho paciente era una persona que padecía la enfermedad de párkinson y que experimentó un agravamiento de sus síntomas a partir del momento en el que le fue reemplazado en la farmacia el medicamento de marca que tomaba por otro genérico.

Así lo confirmaba la sentencia: “…precisaba el medicamento específico que tenía prescrito…, sin que pudiera ser sustituido por el genérico por provocar su empeoramiento…”. De nada sirvió la argumentación del Departamento de Salud que esgrimía que se trataba de un caso circunscrito a un centro y que no había ocurrido en otros hospitales. El tribunal reconocía, en este caso, el derecho a ser tratado con el medicamento original.
 
Una resolución razonable si consideramos las variaciones interindividuales en la respuesta a los fármacos que dicta la genética. El genérico no resultaba tan eficaz y había provocado un empeoramiento de la situación clínica. Sin embargo, a pesar de su escasa trascendencia, considerando que se trataba de un caso aislado, la noticia tuvo una presencia preeminente en los medios de comunicación sanitarios y en la mayoría de los generales, en los que a los resúmenes, más o menos ponderados, de las agencias de noticias se añadían comunicados de asociaciones de pacientes que veían en el fallo judicial el reconocimiento definitivo a una reivindicación que llevaban años demandando.
 
Un impulso mediático en el que algo habrán tenido que ver los gabinetes de comunicación de las grandes farmacéuticas, que aprovecharon la circunstancia para intensificar su campaña contra su competencia barata tratando de demostrar que solo los suyos, los originales, curaban y estaban libres de efectos secundarios.
 
¿Qué hay de cierto en esa afirmación? O, como afirmaba la sentencia, ¿son más específicos -eficaces y seguros- los medicamentos de marca que los genéricos? La respuesta es fácil y no necesita ningún conocimiento experto: no, por supuesto que no. Los medicamentos genéricos contienen la misma dosis de principio activo -el que aporta los beneficios para la salud- que el original y han debido superar estrictos controles para demostrar su igualdad en eficacia y seguridad.
 
El altísimo nivel de exigencia impuesto a las productoras de genéricos por las agencias gubernamentales de medicamentos es, a veces, mayor que el que se impone a las farmacéuticas tradicionales que, en su alocada carrera por copar el mercado (mejorar sus resultados) con sus productos, han hecho que en la farmacopea actual hasta uno de cada cinco nuevos medicamentos introducidos o bien no aporta los beneficios anunciados o tiene unos efectos secundarios que superan los potenciales beneficios que aporta a la salud.
 
Las diferencias individuales en la respuesta al tratamiento con medicamentos de marca y con genéricos no solo se explican por esa susceptibilidad genética individual. Una gran parte del, a veces, heterogéneo resultado se debe al efecto placebo. Casi coincidiendo con la sentencia, se publicaba un estudio científico que lo analizaba en los síntomas del párkinson. Los autores administraban a pacientes con la enfermedad dos inyecciones de una sustancia carente de acción: solución salina, la segunda después de que el supuesto efecto de la primera hubiera desaparecido. A los pacientes se les explicaba que el fármaco era el mismo pero que el costo del primero era de 100 dólares y el del segundo, 1.500. Una vez medido el efecto mediante exploración clínica y resonancia magnética, el resultado no sorprendió: en todos los casos había una respuesta positiva, pero el 28% de los que creyeron recibir el producto caro mejoraron frente al 13% de los que supusieron que recibían el barato.
 
Una extraordinaria mejoría condicionada -o al menos inducida- por los cambios que las expectativas depositadas en el tratamiento producen a nivel psicológico o neurobiológico. Es el mismo efecto que hace que, en la infancia, las tiritas decoradas con un dibujo de Bob Esponja posean mayor efecto analgésico que otras sin marca; o que explica que terapias acientíficas como la homeopatía generen respuestas positivas en algunas personas adultas que padecen procesos leves.
 
Si los datos que aporta este pequeño estudio se confirman con investigaciones más amplias, supondrá además un nuevo estímulo para la industria farmacéutica tradicional, que podrá añadir a sus argumentos desacreditativos la idea-fuerza de que cuando un medicamento es caro, cura mejor.
 
Una industria que, por un lado, se dedica a comprar las empresas productoras de genéricos que obtienen beneficios para vender sus productos y por otro no repara en artimañas para, utilizando su inmenso poder económico, descalificarlas y ahogar a su competencia. Su poder está extendiéndose hasta los organismos oficiales que velan por nuestros intereses en lo relacionado con los medicamentos. Así, el pasado mes, la Agencia Europea del Medicamento, en una operación de investigación sin precedentes, anunció que suspendía temporalmente la comercialización de 700 genéricos fabricados en la India por problemas de diseño en los ensayos clínicos que se habían aportado para su autorización. No se trataba de que fueran perjudiciales para la salud o que resultaran ineficaces, en el futuro se podrían seguir consumiendo, su gravísimo error era que no habían explicado correctamente todos los pasos de los estudios que habían realizado.
 
Probablemente se trate de una operación de venganza de la Big Pharma contra el país que representa su mayor amenaza, la fábrica de medicamentos para pobres que -a su juicio- además de sus reiterados incumplimientos de los acuerdos internacionales sobre patentes ahora también se ha mostrado favorable a fabricar los fármacos estrella del momento, los de la hepatitis C, a un precio mucho más cercano a su verdadero coste que el que ha marcado la multinacional que los ha desarrollado.
 
Los medicamentos genéricos suponen una grave amenaza para la poderosa industria oficial de los medicamentos. La asfixiante presión que ejercía sobre los profesionales de la salud tratando de condicionar a su favor las decisiones terapéuticas se ha visto, afortunadamente, atenuada; ahora sus objetivos son otros: Agencias Reguladoras de Medicamentos, medios de comunicación, asociaciones de pacientes, líderes de opinión médica… Una estrategia generadora de multitud de conflictos de intereses que tiene como único fin el de mejorar sus resultados financieros.
 
La variabilidad genética -o epigenética-, el efecto placebo y los estímulos perversos pueden explicar los dispares resultados de los medicamentos genéricos en casos individuales, pero unas pequeñas dosis de ciencia pueden contribuir a que la balanza -incluida la de la Justicia- se incline del lado de los medicamentos genéricos.
 

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