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viernes, 25 de marzo de 2011
La pesada maleta de Martirio
La pesada maleta de Martirio
José Juan Sosa Rodríguez
A todas las Martirios, para que se decidan a cerrar la maleta y sea, por fin, libres.
Aquel día había amanecido plomizo, grisáceo. En realidad, para Martirio, hacía mucho tiempo que todos los días amanecían igual: grises, monótonos y anodinos; hasta el punto de que ya había renunciado a los días luminosos, preñados de alegría y de optimismo.
Sentada en una butaca y embozada con una descolorida bata de ´guatiné´, observaba, reflejado en el espejo del tocador de su alcoba, como el potingue, elaborado a base de babas de caracol, se resistía a acabar con las patas de gallo, que se prolongaban más allá de las comisuras de sus ojos.
Muy despacio, retiró la mirada del espejo y, bajándola, la fijó en la mesita del tocador, donde una cuadrilla de mercenarios psicofármacos –compuestos por anoréxigenos, ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos, neurolépticos e hipnóticos- mostraba el vil poderío de su arsenal armamentístico.
Martirio, volvió a levantar la mirada. Ahora, el espejo le mostraba como, detrás de ella y sobre la cama de matrimonio -que aún permanecía sin hacer- una maleta abierta parecía navegar sobre las tormentosas arrugas de las sábanas.
La mujer, con lánguidos movimientos, se levantó de la butaca y, poco a poco, como si una mano invisible la sujetara, para impedirle que lo hiciera, fue -uno a uno- depositando dentro de la maleta todos los envases de los psicofármacos. Asimismo, con desesperante parsimonia, entre los pliegues de las sábanas de la cama, Martirio buscó a su baja autoestima, a su síndrome del nido vacío, a sus estados depresivos y a su crisis de ansiedad y, junto con los tratos vejatorios, la falta de atención, la soledad y a las noches de insomnio, también los introdujo en la maleta, que cerró con gran esfuerzo.
Entretanto que Martirio se introducía en la mar y la brisa fresca escribía en su cara, con espumas y sal, la última página de un diario preñado de amarguras, la fuerte resaca de las desigualdades escarbaba las arenas debajo de las plantas de sus pies, para, después de ser abatida por las injusticias sociales, hacerla desparecer para siempre en los hídricos abismos del olvido.
Pero, sin que la resaca de las desigualdades pudiera con ella, Martirio se mantuvo firme en su propósito y lanzó al mar, lo suficientemente lejos como para que no volviera a la orilla, aquella maleta repleta de sufrimientos, causados por las de injusticias sociales.
José Juan Sosa Rodríguez es vecino de Telde.
http://www.teldeactualidad.com/noticias_secciones.php?seccion=opinion&id=5939
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