ADRIÁN MARTÍNEZ
Gertru es una mujer real con nombre ficticio.
Tan real que cualquier ficción se vería ampliamente superada pues es imposible que ninguna farsa o guión preestablecido pueda contemplar o relatar el extenso sufrimiento que arrastra esta mujer. Podemos decir que Gertru es el compendio, la suma síntesis, de muchas mujeres que, llegando a la edad de cuidar nietos, arrastran parecidos problemas de salud y comunes realidades trenzadas de cotidianeidad angustiosa por multitud de prescripciones médicas en busca de un alivio que jamás llegó ni llega. Las no-enfermedades de Gertru, los diagnósticos médicos mediatizados por la publicidad de ciertas empresas y los tratamientos interpuestos, desde que alguien le dijo que la menopausia era una enfermedad, han hecho de Gertru una mujer pegada al otro lado de esa interminable mesa que separa a cualquier médico de cualquier paciente cuando aquel no sabe o no encuentra las adecuadas soluciones ni éste el suficiente alivio. A Gertru sus dudas y sus preguntas siempre se las han respondido con medicamentos.
Ella era una mujer feliz y sin demasiados problemas, excepto por esos a los que la vida te va enfrentando. Seria incluso tedioso comentar la normalidad vital de esta mujer antes de que le entraran los sofocos y las manifestaciones psicofuncionales propias de la menopausia. Culpa ninguna, pero es que a Gertru le diagnosticaron menopausia cuando hacia ya mucho tiempo que en América y en Europa se habia apuntalado la idea de que este ciclo normal de la vida era una enfermedad carencial. El famoso Dr. Robert Wilson (y las multinacionales farmacéuticas a las que representaba), conjuntamente con su famoso libro de título "Feminine Forever" ("Femenina para siempre"), hicieron el resto. Frente al emergente movimiento de las feministas, telón de fondo de los años 60, y su lenguaje de emancipación, el libro de Wilson alegaba que su visión revolucionaria en torno a la menopausia y de su tratamiento era una manera de apoyar la liberalización de la mujer, sobre todo en el ámbito sexual. Bajo este prisma, las mujeres salían beneficiadas si consideraban a la menopausia como una dolencia médica. Sofocos, sudores y otros síntomas fueron entonces legitimados y explicados por la ciencia médica más moderna. La consecuencia no podía ser otra que la interposición de terapias farmacológicas. Una vez definida como enfermedad carencial, el tratamiento, hormonal o no, de la menopausia no era únicamente legítimo, sino que se convirtió en un precepto. Años después algunas corporaciones médicas seguían -y siguen- empeñadas en tal discurso y en tal deriva farmacológica. Y a todas nuestras "Gertrus" les hicieron ver que sus ¿desagradables? cambios eran un problema médico, etiquetándolo de enfermedad carencial y tratable farmacológicamente. A Gertru le dieron un fármaco llamado Agreal (Veralipride).
Efectos secundarios.
Eso sería allá por 1997 y lo dejó de tomar en 2005, en que fue retirado de España bajo un escándalo que se sustrajo a la opinión pública. Gertru notó los efectos secundarios desde la primera caja, pero el prospecto no era del todo claro en ese sentido y los médicos, o bien no los achacaban al Agreal, o simplemente decían que una vez que se dejara el tratamiento la sustancia química se eliminaría del organismo y las secuelas desaparecerían. Pero no ocurrió así:
la depresión, el Parkinson, la ansiedad, el insomnio y el cansancio crónico continúan en Gertru incluso 5 años después de dejar de tomar el producto. Y por eso necesita tomar todos los días antidepresivos, ansiolíticos e hipnóticos y realizar frecuentes vía crucis médicos en busca de un remedo de felicidad que pueda sobrevenirle vía oral y con forma de pastilla. Simplemente para que su autoestima y su vida no amarguen más a todos los que a su alrededor se sienten impotentes.
Pero no creo -añado- que Gertru no sepa -y por ello se sienta en indefensión- que éste es un asunto que ya llevan despachos de abogados en España y que representan ya a miles de afectadas constituidas en múltiples asociaciones.
Afortunadamente, si es se puede llamar fortuna a lo que encima tiene Gertru, nunca le han recetado tratamientos hormonales sustitutivos para esa "grave enfermedad" que parece ser la menopausia. No me hubiese extrañado que le pillara esa moda de finales de los 80 y principios de los 90 en el que millones de mujeres en el mundo empezaron a ser tratadas con ese tipo de terapias promovidas sobre la base de falsas pruebas que sugerían no solamente que aliviaban síntomas sino que podían reducir en la mujer el riesgo de padecer fracturas óseas, enfermedades cardiacas y el deterioro cognitivo. Hoy se sabe que muchas de aquellas promesas no sólo eran falsas, sino peligrosas, tal y como ya se desprendió, inicialmente, del aquel famoso y riguroso estudio de calidad del año 1998 llamado "Hers", donde se evidenciaron sus riesgos a medio y largo plazo, y , finalmente, con ese otro gran estudio del año 2002 llamado "Women's Health Initiative" que se publicó en la revista americana "Jama" y cuyos resultados se podrían resumir diciendo que los tratamientos hormonales sustitutivos han sobredimensionado nimios beneficios, como la reducción de fracturas y el cáncer de colon, frente al aumento de riesgos de padecer ataques al corazón, ictus, trombos y cáncer de mama.
Y es que, querida Gertru, madre, tía, hermana, vecina, amiga, paciente, hasta que los reguladores sanitarios no despierten de su letargo las campañas de marketing seguirán hechizando a numerosos consumidores y a algunos médicos. Aunque solo sea por el hechizo que para algunos de estos últimos representa el dinero. O simplemente la ignorancia y la prepotencia.
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